domingo, mayo 19

Nadal baila por última vez en Madrid con París en el aire

Es una mañana de miércoles cualquiera, pero en los pasillos de la Caja Mágica hay mucha actividad. Hay colegios y grupos de amigos que han venido a pasar el día, y carreras porque alguien ha descubierto que Rafael Nadal Se entrenan en la cancha 16, a pleno sol, lo cual se agradece porque en la sombra necesitas resguardo. Desde las once las gradas están repletas esperándole. Después es imposible intuir que está allí, abarrotado de personal, un centenar de móviles intentando captar su imagen. Abajo, Alcaraz y Nadal se encuentran unos instantes, en pistas contiguas, y se saludan, e incluso el murciano observa de reojo. Es como es, pero sigue siendo Nadal.

Sus golpes en la cancha chocan luego con sus palabras frente a los micrófonos. Rapidez y potencia en el primero, resignación y lentitud en el segundo. Pocas veces se le ha visto tan deprimido, dando por sentado que gana el Nadal que sufre, y al que no le basta con lo que tiene que ser él, frente al Nadal de siempre, el competitivo, el que protagonizó las batallas que le han hecho. Es aún más una leyenda que sus logros. Pero él era otro rival, al otro lado de la red. No él mismo. “No estoy al cien por cien y si no fuera el Madrid no acudiría a los juzgados”, afirma con rotundidad en una de las ruedas de prensa más multitudinarias que se recuerdan aquí.

Contundente como ha sido pequeño en los últimos meses, atrapado entre querer y no poder, explica que no está aquí para jugar, pero el componente emocional con sabor a despedida condiciona su presente. «Jugar por última vez en Madrid significa mucho. “Sé lo que va a pasar, quiero vivirlo”. Habla del Nadal más emotivo, el que cumplirá 38 años en junio y el que se desliga de recibir cualquier homenaje porque se siente querido sin ellos. «Solo aspiro a salir, jugar, divertirme, disfrutar. Nadie tiene que demostrarme nada, ya lo han hecho desde hace muchos años”, destaca el español, que subraya que como el público local, hay pocos en el mundo.

El campeón de 22 Grand Slams y cinco títulos del Mutua Madrid Open sólo ha disputado cinco partidos esta temporada, que aprovechó para recuperarse para poder despedirse a su manera. Pero no lo encuentra. No revela mucho sobre su configuración porque ni siquiera él lo sabe con seguridad. Admite que consiguió algo mejor que él hace unos días en Barcelona, ​​cuando venció a Cobolli y perdió ante De Miñaur (7-5 ​​y 6-1). Pero no es precisamente el tenis lo que perturba su realidad: «Son limitaciones de mi cuerpo. No me siento lo suficientemente bien como para jugar libremente. Y eso no me permite competir como me gustaría. Soy una persona competitiva. Y en Barcelona tuve que dejarme llevar. Para mí eso es difícil. Porque ganar y perder es parte de la vida, pero me esfuerzo por ser competitivo. “No estuve contento en el segundo set”.

Tal es el misterio que, repite, no quiere engañar a nadie, pero lo extiende a París. Saldrá hoy a la cancha porque es Madrid, pero… «No sé qué pasará dentro de tres semanas, pero no voy a jugar contra París como estoy hoy. Saldré a jugar si me siento capaz de competir. Si no, no veo el sentido. Intentaré darme las máximas oportunidades para hacerlo y si no, la máxima satisfacción. El mundo no se acaba con Roland Garros; Están los Juegos y otros formatos (sí irá a la Copa Laver). “No haré nada más de lo que me siento capaz y entusiasmado.”

Es el ambiente de despedida, nunca tan cercano como en esta puesta en escena en la Caja Mágica, que no pisaba desde los cuartos de final de 2022, derrota ante Alcaraz. Luego triunfó en París, con un pie entumecido, y luego, unas semifinales de Wimbledon que no volvió a disputar por culpa de su cuerpo. Por eso, conserva la voluntad de intentarlo un poco más. «Hoy la conversación es ésta. Pero las cosas en los deportes pueden cambiar rápidamente. No pierdo la esperanza y quiero estar preparado por si el cuerpo responde mejor. Si no me doy la oportunidad, pierdo esa posibilidad. Lo que hay que hacer es trabajo: jornadas de entrenamiento de más de dos horas, con doble sesión de mañana y tarde algunos días, complementadas con mucho ritmo en el gimnasio y un baño de masas inigualable.

Con Nadal así lo que menos importa es el rival. Darwin Blanche, un chaval de 16 años, 1.028º del mundo, al que no ha visto jugar. Su camino es diferente. «Espero salir y disfrutar primero de estos últimos momentos aquí. Lo ideal sería poder jugar y no tener muchas limitaciones. El objetivo es terminar vivo el torneo, físicamente hablando”, afirma Nadal, que desfilará por última vez por la Caja Mágica.